lunes, 3 de octubre de 2016

El infierno no siempre quema

No sé dónde estoy.
Todo está ocurriendo tan rápidamente que mis sesos no saben procesar. Recuerdo la larga caminata hacia el bosque. Una vez pasada la oscura inmensidad de los árboles suena el sonido metálico de las campanas de viento. He corrido durante décadas.
El corazón me va a mil y tengo la sensación que algo está mueriendo dentro de mí. 
El aire huele a putrefacto. Los cielos están tintados de azabache, protegidos por los majestuosos habitantes. Mi cuerpo está golpeado por los roces, revestido de cortes y astillas. 
Paro mis pies por un instante, con intención de recuperar el poco aliento que conservo, cuando de repente oigo un estruendo proveniente de los matorrales. Me quedo en silencio, estupefacto. Inmediatamente echo a correr.
Está detrás de mi, puedo sentir su aliento susurrando mis sentidos.
Mis extremidades titubean. Me resbalo. Mis pies se hunden en lodo y entonces puedo sentir como los viscosos dedos de esa criatura demoníaca acarician mi nuca.
Saco fuerza de mi imaginación y continúo la cursa. 
No me atrevo a mirar atrás.
Sigo, agitado, sin detenerme. Cada vez puedo sentirle más cerca. 
Por mi cabeza paranoica pasan mil ideas. Quizá se anteponga y no tenga escapatoria. 
Giro entonces hacia la izquierda sin parar. 
Está todo muy opaco.
De repente siento agua en mis pies. Estoy metido dentro de una pequeña laguna, sumergiéndome en hediondas aguas. Algo dificulta mi entrada. Cuerpos fragmentados. 
Y allí me veo. En medio de materia muerta, con el terror gravado en las retinas.
Y entonces pienso << El infierno no siempre quema>>.

Despierto. 29 de Febrero. Mi alcoba vacía de luz y un frío que cala los huesos.