martes, 28 de junio de 2016

Ademán melífluo

Ciento cincuenta días llevan mis oídos sin escuchar música. Ciento cincuenta días llevan mis manos sin tocarle.
Aún recuerdo con la elegancia que sonaban las cuerdas de mi violonchelo, como aceleraba mi aliento, mi pulso. Mis días expiraban con nuevas melodías, nuevos acordes, nuevas sensaciones.
Yo era su instrumento, su música, él convertía mi mediocridad en armonía. Él me eligió a mí.

Las agujas del reloj hacen carrera, al ritmo que las hojas del calendario vuelan al olvido. El tiempo ha tintado de blanco mis cabellos, ha hecho más visibles mis huesos y ha corrompido las líneas que conforman mi piel. Nuestras articulaciones están desgastadas, nuestros nervios titubean. Dios mío. La vida pasa inexorablemente.
Me siento vacío. Un intenso dolor corpóreo, como si me hubieran arrancado de cuajo algo dentro de mi, ese algo que ahora me impide ser quien un impreciso día fui. Un amante de la armonía.

Levanto como puedo mi cuerpo inválido del lecho y me dispongo a hacerlo. Abro el armario y extraigo del fondo mi instrumento. Desvisto su funda y lo contemplo mientras mis ojos derraman gotas de melancolía aguada, directas al corazón del sonido. Sonrío y doy con el propósito. Suspiro y lo poso con un ademán impecable sobre mi catre, le doy un beso de despedida, tumbándome así junto a éste.

Ambos somos viejos y expertos confidentes. Compañeros de la lluvia y del olvido, grandes nefelibatos listos para expirar.

lunes, 27 de junio de 2016

Inefable

Me quedo en silencio. Muda de palabras, llena de ideas.
Siento una intensa presión en mi sien. Mi cráneo estallará en el segundo más inesperado, pero apropiado. Mis pupilas difusas, mis retinas clavadas ante semejante espectáculo.
Inefable. No tengo palabras para describir el estado extático en el que me encuentro.
Tengo la sensación de estar fuera de mí. Mi cuerpo está adormecido y mi mente en flote. Veo todo desde una perspectiva panorámica, increíble al ojo humano.
Un mundo desligado a la subjetividad. No me atrevo a articular palabra.
Ahora siento como la sangre circula con ritmo acelerado en mis venas.
Las vibraciones del aire. Esa melodía que carcome mis sesos, una pieza rayada de mis memorias, con ese sonido melífluo y penetrante.
Demasiadas expresiones encapsuladas en una mísera palabra. ¿Cómo llamar a ese instante?
a ese algo que me da vida y a la vez me mata.
A las plumas de las aves que revolotean e intentan arrancarme la razón a tracción. O la danza de las luciérnagas a medianoche.
El brindis que nunca hice.
El aroma exquisito de las flores y las líneas que configuran mis pieles. Todo aquello que se presenta como un halo de luz, efímero y difuminado. La caída al vacío abismal. O quizá es con el ademán que tocas las cuerdas de mi instrumento.

Es la naturaleza que constituye dimensiones. La fusión entre yugos desiguales, como la demencia y la cordura, la claridad y la penumbra, como lo fértil y lo inerte.
Son los colores tatuados en el ocelo de las mariposas y los cortes que el frío ha ido cultivando en mis labios.
Quizá son los espasmos, esa electricidad que me domina. Las ganas de mudarme de planta.
A lo mejor soy yo, la bohemia artista que espera con ojos de gato la luna llena.

Es paciencia. Acomodable a las circunstancias, sin encalabrinamiento alguno. Es ese algo al que se le quita relevancia pero que habita desde tiempos impronunciables.
Es la arena proveniente de rocas ancestrales. Sabio cómo él mismo.
Es la conjugación exacta entre lo celestial, los átomos que conforman tus células, tu estancia. Es la mezcla entre el magenta de tus labios y el cían de mis ojos.
O quizá el azabache de una noche de embrujo. El último botón por desprender de tu camisa.

Es el fuego dejando en carne viva al planeta. El aire despeinándote las ropas. La monotonía del reloj enterrado en las tierras. O quizá el mar besando tus talones. El arriba o el abajo. En mi cama o entre líneas de tinta.

Es ese algo a lo que el ciego y farisaico humano aún no quiere dar la relevancia que merece, ni percatarse de que esta fue quien le engendró en sus entrañas.

Después de unos intensos segundos de trance vuelvo postrada. Y mejor no preguntemos de dónde.
Quizá y sólo quizá, eso que reposa con majestuosidad ante mi es arte.


domingo, 26 de junio de 2016

Entre líneas

Cógeme. Estoy entre el segundo y el décimo. Un poco más arriba del abajo. Al fondo. Quítame el polvo, con dulzura e intriga. Ábreme, sí. Así. Con ese ligero ademán que yo recordaba. Desliza mis delirios con la yema de tus dedos. Acaríciame todas las letras. Bésame entre páginas acendradas y percudidas. Tatúame el corazón de tinta. Resuelve los enigmas escritos bajo la llave de mi piel .Házmelo entre líneas.

Desnudo o con ropa, en tu cama o en la mía, bajo la Luna o el mar. Pero léeme. No me entierres en el cementerio de libros olvidados.