lunes, 28 de agosto de 2017

La utopía del sueño

El disfrutar de la brisa en una noche de verano, y el de una cálida puesta de sol en invierno.
Por fortuna no han sido vendidos en cajas de plástico como adquisición personal, como el beso que es causa publicitada, y el sexo causa obscena. Si tan sólo dejáramos de ser hipócritas con nuestra naturaleza y dejáramos nuestro cuerpo suelto, disfrutar como pájaros libres en la noche. Si tan sólo tratáramos a los gritos como el eco de la frustración, o abrieramos un libro como al alma del prójimo sin rostro. Si supiéramos leer las expresiones sin atribuirles acontecimientos vacíos. Ojalá pudiéramos llorar sin tapujos sobre un lienzo, manchando de esencia los pinceles, y dibujando el futuro con la yema de nuestros dedos. Si pudiéramos disfrutar del silencio sin cuestionar a nuestro alter ego, sin preguntar qué piensa el pariente, o qué falsa obligación el día de mañana depara.
Si dejáramos que las flores crecieran por harmonía a su naturaleza y no las envenenásemos de nuestra necesidad de amor, si pudieramos soñar despiertos y con rozar nuestros labios hacer realidad el deseo.

Ojalá la arena se alzara como de los gigantes que proviene y nos aclarara con un soplido
los pensamientos, o el viento nos hiciera danzar libremente una noche de Noviembre, si tan
sólo permitiéramos ser parte de la creación, sin creernos ser creadores del orden, y aceptar
ser parte del caos sin nombre. La inercia del ciego. El coraje del desalmado. Si tan sólo disfrutásemos
cada gota de agua corriendo por nuestro cuerpo, o el brillo de la luna tararear una nana en nuestras pupilas. Si permiteramos que nuestros dedos se soltaran como los míos bailan en este momento, y que los grillos nos dediquen un cuento al atardecer, y el rocío una poesía al amanecer. Si disfrutaramos de la lentitud con la que pensamos y repudiáramos la rapidez con la que actuamos. O quizá gozásemos de una simple melodía en lugar de disctuir un convencionalismo.
Si fuesemos capaces de soltarnos, sólo en ese momento seríamos libres e inteligentes, sin etiquetas ni frustraciones, sólo seres en la misma línea evolutiva, con las mismas ganas de saltar y el
temor circulando en las venas.
Ojalá, y tan sólo ojalá, anhelaramos recuperar la esencia del ser, matar la lombriz que carcome los sesos del cuerdo, y disfrutaramos la vitalidad del demente.