lunes, 23 de octubre de 2017

Fábrica de sueños

Los pájaros revoloteaban por mi cabeza, mostrándome sus intensos colores esmeraldas y turquesas, con esos ojos hipnóticos de búho, mirándome fijamente a la retina, qué espectáculo. Sólo siento placer de mi demencia, parece que el chute de adrenalina corre con un ritmo acelerado por mi cerebro. De repente siento frío, pero no quiero abrigarme, me gusta sentir la naturaleza de mi cuerpo, me da la poca vida que tengo.
Esa sensación tan placentera cuando se te eriza la piel del cuero cabelludo, o de la nuca. Cuando se te duermen los dedos, o cuando el sueño gana la batalla a tus párpados. Y eres consciente de eso. Cuando sientes que las gotas de agua recorren desde arriba a abajo, cada rincón de tu cuerpo, como si la espontánea carrera que realizan tuviese un camino marcado, nunca caen al precipicio. A veces se quedan estancadas para adherirse a tu piel como un tierno acoplamiento.
Como cuando buscas un pedacito intacto de la cama para enfriar tus pies, o cuando te besan el vientre con tanta delicadeza que sientes las secuelas del placer de no tocar tierra firme.

Desperté de ese trance de cristal, que, como el mimetismo batesiano, sólo reflejaba la dicotomía del ser. ¿Es necesario guardar bajo llave esa dualidad interna que padece el ser humano? La consciencia es la etiqueta que formula dicha pregunta. Pero, ¿Es acaso eso cierto? Quizá dialogas con tu alma. O no. Quizá tengas a alguien dentro de ti, alguien fuerte y poderoso, incorpóreo, pero con un potencial psíquico realmente intimidante.
El subconsciente. Es como nadar en un río sin nombre, donde las aguas están tintadas de diferentes colores, según las memorias que habitan en los barrios que componen tu estructura interna. Quizá hay carteles indicando los caminos a elegir, pero seguro que los pájaros de los que antes te hablaba, como traviesos que son, giran las señales de los carteles, para que te equivoques y elijas un canal no deseado, e inesperado. Arreglar esto es la labor del viento, que habita como el ser más inmenso y menos estudiado, vagando por las calles, soplando nitrógeno y oxígeno, y de vez en cuando un poco de argón púrpura.
También supongo que deben haber árboles, o así lo vi una vez una noche de delirio febril. Son grandes y mansas bestias, que suelen vivir en conjunto, con frutos dulces, amargos y picantes. Los árboles son los guardianes, aquellos que velan por el bienestar psíquico en la vida terrenal. Por eso se autoproclaman sabios, porque independientemente de los años que lleves en tus diferentes vidas y existencias, ellos nunca cambian. Sus raíces se adhieren al alma de cada ser vivo.
Y supongo que te preguntarás el porqué de su importancia, pues ellos son los que albergan todos y cada uno de lo sueños que tuviste y tendrás. Esos frutos sabrosos no son más que sueños encapsulados, que cuando han germinado el tiempo necesario, salen del capullo para emprender un largo y efímero viaje, desde tu subconsciente hasta cada canal energético de tu cuerpo, llegando así  hasta la superficie, brotando sensaciones en tus poros. Entonces sí, puedes decir que los majestuosos árboles son la premisa original, son la fábrica de sueños.

Te seguiría comiendo los sesos explicándote la estructura de tu subconsciente, pero creo que si continuara empezarías a dudar hasta de tu composición, de tu existencia en este mundo tangible, ciego y demente. Sí, aquí estás, presente en el tiempo, pero sólo en ésta concreta e ínfima línea evolutiva.
Es cosa de índole lógico pensar que TODO es una composición. Bonito pronombre indefinido que no mide nada y engloba todo. TODO. Proveniente del totus, latín, sinónimo de entero. Con un origen ancestral y asociativo, teutón, denominación de los germanos, significante de hincharse.
Entonces, todo es entero, y entero es hincharse. ¿No te parece un mecanismo propio del  universo? Me reiría tan sólo de pensar que alguien pudiera tomarse esta hipótesis no formulada como tema planteable.
El absoluto en nuestro limitado raciocinio tiene como máxima el espacio exterior, es decir, agujeros negros, materia oscura desconocida, constelaciones, estrellas y la conjugación de millón de colores sin etiqueta para nuestra retina. Englobado en un TODO. Que tiene como esqueleto, o bien atributos, una cantidad sin nombre de galaxias, como el Grupo Local, compuesto de x galaxias, como la espiral barrada Vía Láctea, o la Andrómeda. Y dentro de la primera encontraremos un sin fin de casas habitadas y deshabitadas, sin nombre. Una de las tantas, conocidas como Sistema solar, que se encuentra dentro del brazo de Orión, dentro de la Burbuja Local, y dentro de la Nube Interestelar. Ahí flotamos nosotros, como si se tratase de un partícula subatómica en un océano de color.
Y tras esta locura, llámame demente querido lector, tan sólo quiero darte a ver que TODO es una composición, que empieza en el subconsciente del ser, es un acoplamiento. Así como las cebollas que tienen muchas capas, o las dalias que no son conscientes de la cantidad de pétalos que protegen su corazón.
La consciencia de la subconsciencia, ese el el verdadero conocimiento máximo. Comprender que de tu mente, esa caja repleta de explosiones neuróticas y conexiones nerviosas, que alberga todo lo que eres, vas pasando por un camino energético tan largo y exhaustivo, que llega hasta la denominación de infinito, algo jodidamente lejano, sin una medida real.
Vive despierto, toca tierra, pero déjate volar de vez en cuando, la existencia permanece en el  tiempo, como Nietzsche decía en su teoría del Eterno Retorno, así como proclamaba la celebración de la vida, comparándolo con Apolíneo y Dionisíaco, representado respectivamente la belleza, cordura y poesía, como el éxtasis, la demencia y el vino.
De vuelta a la dicotomía, del volver a ser sin nunca haber sido. Tu yo, y tu otro yo. Como decían los parlantes de la lengua latín, Alter Ego, el significante de “El otro yo”. 

jueves, 12 de octubre de 2017

Sólo a veces

A veces le hablo al viento, duermo en sombra y recojo flores para adornarme de vida. Escucho grillos en mi oreja y bailo desnuda bajo la niebla, para sentir la tierra húmeda tocar mi piel.
También me tumbo en el suelo y canto historias sin nombre, hasta que los labios se me sequen y tenga excusa para estar en cama por semana.
Y sigo tomandome la última gota de ron de tu vaso, así puedo perderme en sueños de segunda mano y galopar a lomos de un libro, ponerme lencería un viernes noche y escuchar la voz del mar susurrarme los sentidos.

A veces sólo espero a que La Luna se vuelva a conjurar para poder sacar el sofá al patio y contemplarla desnuda jugar con el brillo de tus ojos. Y escucharte a lo lejos susurrar una canción muda con tu guitarra, para poder despeinar mis raíces, y enlazar mis muslos con el viento.
También te dibujo en mis sueños, como flor silvestre, y nado en el cosmos de tus pupilas para poder secarme con tus labios

A veces soy esquina de cielo y piedra en montaña, así puedo observarte danzar al compás de los planetas, o leerte unos versos cálidos, de buena noche, de buen viaje.
También soy azul, y a veces púrpura, para esconderme tras las nubes y empujarlas al llanto, para que así, de vez en cuando, te acuerdes de ser alma libre y me llames por mi nombre.