jueves, 28 de julio de 2016

Saudade (1)

En medio de árboles que cantan la misma antigua canción muda, tocada al compás de las hojas, con ese ademán único e impecable, sin error ni desliz.
Soplando el viento, con los párpados descansados. Saboreando el efímero polvo del que estamos hechos. Camino ciega del alma, gritando guía, pero nadie puede ayudarme, no son más que difusas sombras creadas de palabras y lágrimas, por mí, la bohemia artista que espera con ojos de gato la nueva Luna. Las líneas en mis manos, en mi rostro y mi dolor de huesos. El olor a monotonía y el recuerdo del otoño penetrando mis venas. La nostalgia de aquel Noviembre que paró las agujas de mi reloj.

jueves, 14 de julio de 2016

Tú, la niña de los ojos apagados

Tú, la niña de los ojos apagados, mírame.
Se que hace tiempo que no lloras. Se que hace tiempo que no hablas con nadie de ello, porque si lo haces, que no es tu mayor intención, no te callarás durante horas.
También sé que no te gusta la gente, que, la gran mayoría de veces, te molesta su presencia. No te interesa su lenguaje, los consideras inanimados e incoloros.
Se que pasas largos tiempos sola, aislada en tu pequeño mundo. Te encuentras atrapada en una trampa que tú misma fabricaste con tus manos. Aunque sabes que hay salida y, por lo tanto, esperanza, pero prefieres seguir tintándote de oscuridad.
Ya no le tienes temor a las letras, ni a las palabras. Tampoco a la tiniebla ni a los monstruos que habitan debajo de tu cama.
Harta de escuchar esas mismas e insolentes frases, que se sienten en lo más profundo del corazón, como un pequeño alfiler bailando sobre tus pieles. Ése “sonríe” intercalado con alguna estupidez de aire cómico, de lo efímera que es la vida o bien de lo bonita y joven que te ves, condición que no te permite bajar la cabeza.
También se que, aunque el futuro no te preocupe, el tiempo te martiriza. Odias la monotonía pero te has convertido en prisionera de la misma.
Sigues, aunque quizá no tanto como antes, culpando a tu cuerpo, manchando los lienzos que no consideras más que obras baratas. Tu vientre se está acostumbrando a la penumbra, hasta que cae algo inesperadamente y pierde el control. Mierda, lo estabas haciendo bien, qué lástima, pero es culpa tuya. Entonces la mente se te nubla y empieza de nuevo la sedentaria carrera. Haces cosas que no deseas.
La música te hace compañía los primeros tiempos, pero cuando se repite la situación con constancia, se convierte en necesidad y, con sus intensas letras y su melífluo piano, acaban por destrozarte los tímpanos y arrancarte de cuajo el sentido.
Intentas hacer aquellas cosas que siempre te agradaron, pero cada vez les encuentras menos sentido. No anhelas hacer nada en concreto. Todo tiene fin, es momentáneo. Es aburrido. Te fuerzas para convertirlo en un pasatiempo pero mientras tanto no sientes placer alguno, sólo tienes ganas de acabar y poder volver a meterte en tu universo.
También se la preocupación que te causan las pocas personas que aprecias. El porqué no hablan, no preguntan. Porque ignoran tu causa. Y te cuestionas tu valor, tu importancia y estancia en este antro. Para qué, si esto no es seguir. Te hundes.


Se que lo dicho es mínimo y constante. Que sientes lo mismo que mis dedos al escribir ésto.
Se que quieres confiar, abrir tu mente, sacar tu cuerpo. Quieres conocer y experimentar. No tienes intención de recuperar el tiempo perdido, pero sí de aprovechar el restante.
Así que, tú, la joven de los ojos apagados, mírame. Y dime a qué esperas. Probablemente mañana no pueda volver a repetírtelo, así que léeme ahora.
No cometas mi mismo error, créeme que lo dicho es tan sólo una pincelada de semejante espectáculo. No te subas a tal atracción, no podrás bajarte, o al menos no sola.
No te dejes engañar y aprende a diferenciar entre tu personalidad y lo que la adrenalina del juego provoca en tus sesos. No des más de dos vueltas seguidas, por favor, por ti, por los espectadores. Están dormidos, pero están. Despiértalos, explícales y enséñales. Pero nunca les conviertas en cómplices, porque dejaría de ser tu recóndito mundo y les plantearías otra perspectiva que puede intrigar y hacerles caer por la madriguera.
Entonces, íntimamente, cuenta. Corre, salta y no mires atrás, allí no hay más que vacío y soledad.
Se puede oler en el aire que queda poco.
Deja de evitar palabras y empieza a radicar. Empieza en un interior, háblate, distráete.
Se acabó. Se consciente de las mil situaciones críticas y de tus condiciones, tú estás a tiempo de no ser una de ellos. Mímate, sonríete. Vive y siéntete.
No necesitarás articular palabra, ellos verán ese gran cambio en tus labios y,  por sobretodo, en tus ojos. Deja de que lean el alma, que te quieran. Deja que te canten, te cocinen, te paseen y te descifren. Deja que te besen, que te curen las heridas y que te pinten. Tíntate de magia los poros de tu piel. Que el viento te dedique una día y las estrellas una noche. Piérdete en las aguas y regálate flores. Ámate. Y, ante todo, no mires atrás cuando el cielo congele almas, por favor, no lo hagas. Ese algo figurado a tu manera te perseguirá para siempre. La cuestión es saber convivir y ser más fuerte que ello.
Así que, tú, la preciosa mujer de ojos cristalinos, vive. Llora, alaba, contempla, ríe, saborea, se pacífica y comprensiva, disfruta de tu cuerpo y procura el dominio del espíritu propio. No te entierres, riégate y vuelve a darme la vida.

sábado, 2 de julio de 2016

Detiene el tormento

Porque cada palabra que mi retina graba, cada palabra que mi boca pronuncia al compás del pasar página, cada sensación que se mueve bajo los poros de mis pieles marcadas, cada lágrima que mi corazón de tinta envenena, porque cada libro que entre mis manos sosiega conecta íntegramente mis sentidos, alivia mi dolor corpóreo y detiene el tormento que circula por mis venas. Quizá una vía de acceso, o quizá de salida, quién sabe, tal vez un simple refugio.
Por el momento me mantendré firme, superando las adversidades en cuerpo y cobijándome de letras el alma.