viernes, 2 de diciembre de 2016

Sin voz

Tras pasar el único pasillo de aquel cuchitril, cuyas paredes estaban grabadas de laberintos sin solución, llegué al extremo de la caseta. Dos puertas reposaban ante mis pupilas, una a la derecha y otra en su opuesto. Con el temor metido en las venas decidí abrir esta primera. Pero en vano fue, estaba cerrada con llave desde su interior. Mi perversa lógica me obligó a mirar por la ranura. Un olor a cementerio destapado penetró mis sentidos.
Sin optativa alguna y confusa de mi real existencia en aquel antro, posé mi mano en el pomo de la izquierda, el cual cedió con un quejido espeluznante.
Las paredes del interior estaban rasgadas y habían restos de maderos en el suelo. En medio de la pequeña habitación había un antiguo fonógrafo. Me di cuenta que aún cumplía función cuando me acerqué éste y, por arte oculto, empezó a tocar una pieza rayada de mis memorias. Me atormentaba los sesos.
Me reincorporaré y di tres pasos hacia atrás, chocando mi espalda con un cuerpo frío. Un espejo. Volteé así mi cuerpo y pude contemplar mi figura marchita. Mi vestido blanco manchado de lodo, mis muñecas y tobillos marcados, y diversas magulladuras por el rostro.
<<¿Quién soy?, ¿Qué está ocurriendo?>> pensé.
Sin articular palabra alguna empecé a sentir como un líquido caliente goteaba sobre mis pantorrillas. Sangre.
Miré entonces mi reflejo y vi dos grandes cortes paralelos trazado en mi espalda.
Me habían cortado las alas.

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