lunes, 27 de junio de 2016

Inefable

Me quedo en silencio. Muda de palabras, llena de ideas.
Siento una intensa presión en mi sien. Mi cráneo estallará en el segundo más inesperado, pero apropiado. Mis pupilas difusas, mis retinas clavadas ante semejante espectáculo.
Inefable. No tengo palabras para describir el estado extático en el que me encuentro.
Tengo la sensación de estar fuera de mí. Mi cuerpo está adormecido y mi mente en flote. Veo todo desde una perspectiva panorámica, increíble al ojo humano.
Un mundo desligado a la subjetividad. No me atrevo a articular palabra.
Ahora siento como la sangre circula con ritmo acelerado en mis venas.
Las vibraciones del aire. Esa melodía que carcome mis sesos, una pieza rayada de mis memorias, con ese sonido melífluo y penetrante.
Demasiadas expresiones encapsuladas en una mísera palabra. ¿Cómo llamar a ese instante?
a ese algo que me da vida y a la vez me mata.
A las plumas de las aves que revolotean e intentan arrancarme la razón a tracción. O la danza de las luciérnagas a medianoche.
El brindis que nunca hice.
El aroma exquisito de las flores y las líneas que configuran mis pieles. Todo aquello que se presenta como un halo de luz, efímero y difuminado. La caída al vacío abismal. O quizá es con el ademán que tocas las cuerdas de mi instrumento.

Es la naturaleza que constituye dimensiones. La fusión entre yugos desiguales, como la demencia y la cordura, la claridad y la penumbra, como lo fértil y lo inerte.
Son los colores tatuados en el ocelo de las mariposas y los cortes que el frío ha ido cultivando en mis labios.
Quizá son los espasmos, esa electricidad que me domina. Las ganas de mudarme de planta.
A lo mejor soy yo, la bohemia artista que espera con ojos de gato la luna llena.

Es paciencia. Acomodable a las circunstancias, sin encalabrinamiento alguno. Es ese algo al que se le quita relevancia pero que habita desde tiempos impronunciables.
Es la arena proveniente de rocas ancestrales. Sabio cómo él mismo.
Es la conjugación exacta entre lo celestial, los átomos que conforman tus células, tu estancia. Es la mezcla entre el magenta de tus labios y el cían de mis ojos.
O quizá el azabache de una noche de embrujo. El último botón por desprender de tu camisa.

Es el fuego dejando en carne viva al planeta. El aire despeinándote las ropas. La monotonía del reloj enterrado en las tierras. O quizá el mar besando tus talones. El arriba o el abajo. En mi cama o entre líneas de tinta.

Es ese algo a lo que el ciego y farisaico humano aún no quiere dar la relevancia que merece, ni percatarse de que esta fue quien le engendró en sus entrañas.

Después de unos intensos segundos de trance vuelvo postrada. Y mejor no preguntemos de dónde.
Quizá y sólo quizá, eso que reposa con majestuosidad ante mi es arte.


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